12 de mayo de 2008

Afortunada Vida

Entre tú y yo...
Hay ocasiones en que me siento como un bebé.
A veces cuando estoy en silencio, soy un inerte niño
luego de la siesta, me siento consumido por la pena.
Siento que el cálido aire del recuerdo rebota en mi rostro,
mientras me hace cosquillas, sonrío, y me río...
¿serían los besos de ella?
A veces mientras estoy sólo, también lloro de triste pena,
¿será esta la satisfacción de la vida o será la soledad que permanece todavía?,
el carisma del silencio abrigador me presiona,
la oscuridad me hace un sujeto del ruido cansado,
En ocasiones me gusta sentirme acompañado de mi amada,
cuando el singular sonido del viento pasa rosando mi oreja
me hace disfrutar el momento pensando ferviente que sigo junto a ella.
Parezco un niño rendido sollozante, un viejo sometido a la perdición,
alumbrado ante el silencio y la quietud de la situación,
no hay recetas para la irracionalidad, cuando sin motivos hay felicidad.
No discuto que soy un satisfecho, mediocre y necio. Pero,
¿porqué esta idiota satisfacción sin fundamento?
Comprometido a salir a buscar la verdadera vida,
aun más que la noche de carrete consumida
voy a salir a buscar a una amada perdida.
Mientras seguro la muerte, profundo y frío silencio de lo inerte me espera
luego de una aproximación a la felicidad efervescente.
Quiero volver a descansar, separar el contexto del recuerdo juvenil.
no pensar más en caídos y en los muerto de la vida febril,
mis amigos me esperan y no los puedo dejar ir.
Como extraño el momento retraído del ayer,
la emoción contenida atenta contra mi vida,
no puedo más que dejar de salir.

No puedes estar llorando todavía,
viejo, al sufrimiento sigues sometido,
en tu cama, triste sigues atado al momento.
no soportas la historia en tus hombros y caderas,
pesados recuerdos o huesos agotados, igual sufrimiento
quisiera tener alas y no subir más escaleras,
alojarme en el cielo del dormitorio en lo alto
descansar descalzo en la cama junto a mi mujer,
sentir el aire sobre el rostro, volver a tomar la siesta y perecer.

Daniel Salgado

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