26 de agosto de 2009

El Intercambio y La Locomotora

Diferente a un viaje de turístico, diferente a unas vacaciones. Qué hace al intercambio distinto a un pasaje de ida y vuelta, a un año en un colegio extranjero o a aprender un idioma.
El hecho de compartir con gente distinta puede ser muy chocante, más aun, el hecho de formar parte de un contexto diferente al habitual puede ser un factor determinante dentro de la identidad de un sujeto. Tarde o temprano, los seres humanos nos damos cuenta que cambiamos en relación al resto. Si esto se combina con la costumbre de todo un año, de estar compartiendo en otro idioma, con otra familia, con otros amigos, el producto resultante es una experiencia que te determina por el resto de tu vida. El intercambio cultural no es más que tiempo, en un lugar específico, sumado a las costumbres y las relaciones sociales, y tiene la particularidad de quedar plasmado en ti para siempre.
El intercambio se vive sólo una vez, en el momento y el lugar preciso, como una estación de combinación en la linea de un tren. Por lo general el intercambio parte de una decisión arriesgada, que sólo puede surgir por un sentimiento de inconformidad consigo mismo y con el contexto. Un elemento perturbador que puede ser traducido simplemente como curiosidad, algo que delata que hay un mundo por descubrir tras la pared que te aísla y las sábanas que te cobijan. Casi todos nosotros vivimos en burbujas, en la mayoría de los casos, promovidas y construídas por nuestros padres.
Esta experiencia no es repetible, nunca nada volverá a ser como antes, pues luego del intercambio y, a pesar de que vuelvas al lugar, haciendo lo que hagas, tú y el resto ya no serán los mismos. Es darte cuenta que toda decisión que tomes de ahora en adelante, dependerá de las experiencias pasadas que recorren tu vida a la velocidad una locomotora. Esto precisamente es lo romántico de los lugares, las personas y el tiempo, que se desarrollan y transcurren como el paisaje fuera de un tren, por un camino infinito, con un destino indefinido, donde todo lo que vemos por la ventana del vagón tiene un término, un fin.

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