31 de mayo de 2010
Laura
27 de mayo de 2010
En Estos Díaz
En estos días,
todo el viento del mundo sopla en tu dirección.
La osa mayor corrige la punta de su cola
y te corona
con la estrella que guía,
la mía.
Los mares se han torcido
con no poco dolor hacia tus costas.
La lluvia dibuja en tu cabeza
la sed de millones de árboles.
Las flores te maldicen muriendo,
celosas.
En estos días
no sale el sol,
sino tu rostro.
Y en el silencio,
sordo del tiempo,
gritan tus ojos.
¡Ay! de estos días terribles,
¡ay! de lo indescriptible.
En estos días
no hay absolución posible para el hombre,
para el feroz, la fiera
que ruge y canta ciega:
ese animal remoto
que devora y devora
primaveras.
En estos días
no sale el sol,
sino tu rostro.
Y en el silencio,
sordo del tiempo,
gritan tus ojos.
¡Ay! de estos días terribles,
¡ay! del nombre que lleven,
¡ay! de cuanto se marche,
¡ay! de cuanto se quede.
¡Ay! de todas las cosas
que hinchan este segundo.
¡Ay! de estos días terribles,
asesinos del mundo.
(1977)
Silvio Rodriguez
23 de mayo de 2010
Táctica y Estrategia
Alturas de Macchu Picchu
II
Si la flor a la flor entrega el alto germen
y la roca mantiene su flor diseminada
en su golpeado traje de diamante y arena,
el hombre arruga el pétalo de la luz que recoge
en los determinados manantiales marinos
y taladra el metal palpitante en sus manos.
Y pronto, entre la ropa y el humo, sobre la mesa hundida,
como una barajada cantidad, queda el alma:
cuarzo y desvelo, lágrimas en el océano
como estanques de frío: pero aún
mátala y agonízala con papel y con odio,
sumérgela en la alfombra cotidiana, desgárrala
entre las vestiduras hostiles del alambre.
No: por los corredores, aire, mar o caminos,
quién guarda sin puñal (como las encarnadas
amapolas) su sangre? La cólera ha extenuado
la triste mercancía del vendedor de seres,
y, mientras en la altura del ciruelo, el rocío
desde mil años deja su carta transparente
sobre la misma rama que lo espera, oh corazón, oh frente triturada
entre las cavidades del otoño.
Cuántas veces en las calles del invierno de una ciudad o en
un autobús o un barco en el crepúsculo, o en la soledad
más espesa, la de la noche de fiesta, bajo el sonido
de sombras y campanas, en la misma gruta del placer humano,
me quise detener a buscar la eterna veta insondable
que antes toqué en la piedra o en el relámpago que el beso desprendía.
(Lo que en el cereal como una historia amarilla
de pequeños pechos preñados va repitiendo un número
que sin cesar es ternura en las capas germinales,
y que, idéntica siempre, se desgrana en marfil
y lo que en el agua es patria transparente, campana
desde la nieve aislada hasta las olas sangrientas.)
No pude asir sino un racimo de rostros o de máscaras
precipitadas, como anillos de oro vacío,
como ropas dispersas hijas de un otoño rabioso
que hiciera temblar el miserable árbol de las razas asustadas.
No tuve sitio donde descansar la mano
y que, corriente como agua de manantial encadenado,
o firme como grumo de antracita o cristal,
hubiera devuelto el calor o el frío de mi mano extendida.
Qué era el hombre? En qué parte de su conversación abierta
entre los almacenes de los silbidos, en cuál de sus movimientos metálicos
vivía lo indestructible, lo imperecedero, la vida?
Pablo Neruda
20 de mayo de 2010
Dialéctica
19 de mayo de 2010
Poder
10 de mayo de 2010
Negra Presuntuosa
entre tu casa y mi casa,
será el calor que no abraza,
no es de gozo, no es de ira,
como tampoco es mentira
que algo de ti se ha escondido
entre tu talle y mi alma.
Será tal vez la esperanza
o el cariño adormecido.
Yo sabré reír,
yo sabré llorar,
yo sabré entregarte mi cariño,
Negra,
negra que te quiero,
goza negra presuntuosa,
mira que me estoy muriendo,
dame vida de tu boca,
boca que me está pisando
los talones de la libertad.
Negra,
negra que te quiero,
goza negra presuntuosa,
mira que me estoy muriendo,
dame vida de tu boca,
de tu vida,
de tu boca negra,
negra,
negra que te quiero,
que te adoro,
que te quiero negra,
mira que me estoy muriendo,
dame vida de tu boca,
de tu vida
de tu boca negra,
negra,
negra que te quiero.