26 de junio de 2010

La princesa y el volcán

El rostro azul de la princesa respiró tan hondo, que hasta las entrañas más profundas soltaron su olor, y ya no era el aliento un suspiro sino un claro gemido de excitación. Entonces se mostraron arcoiris con fríos colores en mi habitación, y su rostro exhibía jardines floreados con tus miradas de pasión. Miré de reojo como sus labios temblaban, no de frío sino de falta de amor, y los junté con los míos antes que hubieran palabras, antes de anhelos, antes de cualquier clamor. Nuestros cuerpos desnudos se protegían del frío, como si no existiera otra poción, respirábamos tan de cerca que nos sincronizamos hasta en los soplidos del corazón. Me miró por segunda vez la princesa y sus pestañas azules me invitaron a ir de paseo, no teníamos noción del tiempo, pues nunca hallamos la zona horaria del amor, íbamos camino al paraíso terreno viajando en un campo de guirnaldas, caminando de la mano, alternando cariños certeros, me puse tan carnívoro atravesando esas montañas fuego, que muchas mordidas terminaron en una que otra marca de pasión. En algún momento, viajando no sé cuándo no sé por dónde, me agarró la princesa del pelo y me clavo dos colmillos en el cuello, como a la altura de la tercera vértebra, me llevó a la destrucción. En medio del camino nos topamos con un gran volcán, subiendo hasta casi la cumbre, junto a unas termas, hallamos una gran piscina roja donde nos sumergimos los dos.

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