6 de enero de 2009

El intercambio y la locomotora de la vida

He escrito en reiteradas ocasiones sobre el intercambio estudiantil, pero, tomando en cuenta el hecho de que yo, tal vez (como muchos), aun no haya superado mi propia experiencia intercultural, nunca están demás algunas palabras...
Ayudando a hacer la maleta de una amiga pensaba. -El intercambio estudiantil, como tal, es una experiencia tan fuerte, que sólo es soportable una vez en la vida.
El hecho estrechar lazos con gente distinta a ti puede ser duradero, pero si esto se combina con la costumbre de un año, de estar cerca de otra familia, con otro colegio y otros amigos, se configura una experiencia muy fuerte que te determina por el resto de tu vida. Esto es el intercambio cultural, donde el tiempo, las costumbres y las relaciones sociales, quedan plasmadas en ti para siempre.
El intercambio se vive sólo una vez, en el momento y el lugar preciso, como un flechazo de cupido. Una decisión arriesgada que sólo surge a partir de la inconformidad; pero no precisamente por la inconformidad con el medio, menos por un país en particular, sino más bien con el vacío que uno encuentra en uno mismo. Algo que puede ser traducido simplemente como curiosidad, delata que hay un mundo por descubrir tras la pared que te aísla y las sábanas que te cobijan.
Esta experiencia no es repetible por nada del mundo, nunca nada volverá a ser como antes pues después del intercambio, a pesar de que vuelvas al lugar, haciendo lo que hagas, tú y el resto ya no son los mismos, y toda decisión que tomes de ahora en adelante, dependerá de las experiencias pasadas que recorren tu vida a la velocidad una locomotora. Esto es precisamente lo romántico del tiempo, que transcurre como un tren, por un camino infinito, donde todo paisaje tiene un término, un fin...
No me gustaría que pensaran que el artículo está hecho con fines comerciales ni propagandísticos. Pero sin duda es un llamado oficial de mi parte para promocionar las experiencias ricas, que si vas por un camino, todos los días intentes un nuevo recorrido, conociendo nuevos lugares, observando a la gente reflejada en ellos.
A partir de mi intercambio yo le declaro la guerra a la cotidianidad...
Las relaciones humanas se viven sólo cuando tú te fijes que, en cada detalle de la realidad, se refleja una persona como un grano de arena imprescindible para que la playa se vea hermosa. Tanto en la naturaleza, como en la calle y aceras, en las casas y en la sociedad hay una persona que depende de ti, casi tanto como tú de él. No somo seres humanos mientras no seamos reconocidos por el resto como tales.
Yo no soy el mismo después del intercambio, pero no precisamente porque piense así; tampoco sería cierto decir que todos las personas hayan vivido y vivan el intercambio son como yo. Más bien por el hecho de que sin el intercambio no sería un hombre que vive el día a día disfrutándolo, siendo un poco más feliz curioseando, interesado por el resto, más tolerante, pero por sobre todo, siendo más abierto para enfrentar nuevas aventuras fuera de la locomotora de la vida, observando qué me trae de nuevo el día a día, con una persona nueva por descubrir, con otro ser que determine un poco más mi vida.
El ser humano se desarrolla como tal, considerándose como creador de su entorno, delatando desconformidad consigo mismo, observando, y haciéndose partícipe las relaciones sociales, encontrando en él mismo defectos solucionables por el resto.
Sólo espero, mis amigos, que disfruten sus vidas, que sean felices, pero no unos falsos felices solitarios y encerrados, sino más bien que abiertos al mundo. Demuestren excitación por la diferencia a partir de lo que nos hace humanos desconformes, curiosos y revolucionarios. No se enamoren de nada, porque cambiamos junto con el paisaje, así como cambia constantemente el objetivo de una locomotora sin rumbo fijo ni destino.
Daniel Salgado

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