17 de enero de 2009

La pasajera hostil

Su arrugada cara delimita los senderos por el que algunas gotas de sudor pasean en verano.
Apenas termina el sonido metálico de las puertas recién abiertas, esta señora comienza su carrera, arrasando con todo lo que se topa. En seis segundos empuja a un joven, pisa a una embarazada y golpea a otro despreciable ser, durante la improvisada batalla utiliza su cartera como escudo y su bastón como espada.
Su oxidado pelo blanco tiende a ir hacia tras con la estrepitosa carrera, sus rechonchas piernas rebotan y se alejan una por una del suelo como un pavo de navidad escapando del cocinero de un prestigioso restauran. Los varices parece como si fueran a estallar con cada paso, con cada segundo durante su correr y caminar. En aquellos seis metros hace un esfuerzo como ningún otro y, de un momento a otro, se convierte en una atleta, haciendo un esfuerzo físico superior al que ha hecho en toda su miserable vida. Por un instante compite como ninguno, la desgraciada mujer.
Recorre seis metros, seis pasos y en seis segundo se sienta, haciendo reposar de una vez sus celulíticos glúteos. El ruido de la maquinaria, que delata la clausura de las puertas tras su cabeza, oculta un leve suspiro.
Esta, es una señora que a simple vista parece nunca demostrar emoción. Sin embargo, si miran con atención cuando va sentada en algún vagón del metro, algunas veces se puede observar en la comisura de un costado de su boca, dentro del mar de arrugas un leve vibrar. Es la eterna señal de satisfacción.

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